Apuntes de mitología clásica.
Cuenta Hesíodo que en primer lugar fue el Caos y, después, Gea la de amplio pecho, un nombre que podríamos traducir como la Madre Tierra. Más tarde apareció, también por generación espontánea, Eros, la fuerza del amor que todo lo une, el más hermoso entre los dioses inmortales. Parece ser que también surgió por sí mismo el Tártaro, la región más profunda del Universo, situada aún más abajo que los infiernos, un lugar terrible donde los dioses enviarán a sus peores enemigos.
Sin juntarse con nadie para procrear, de Caos surgieron Érebo (las Tinieblas infernales, es decir, la Oscuridad) y la negra Noche (Nyx), que no tardaron en amarse y de su unión nacieron Éter (el Cielo superior, en el que brilla una luz más pura que en el cielo cercano a la tierra) y el Día (Emera). Sola, al igual que Caos, Gea alumbró al estrellado Urano (es decir, al cielo), a las Montañas y a Ponto, el inmenso océano.
En fin, concluido este lío partenogenético nos encontramos que en estos momentos ya existen: la Tierra (Gea), el Cielo (Urano) y el Mar (Ponto); así como el Día, la Noche, la quintaesencia de la luz y la quintaesencia de la oscuridad. Por si fuera poco, también ha surgido el Amor, el impulso irrefrenable de unirse y engendrar. Evidentemente, con semejante material de partida resulta sencillo que vayan apareciendo cuantas cosas hay en el Universo. Veamos cómo ocurrió.
A los dioses griegos no les importaba en lo más mínimo mantener relaciones incestuosas (entre miembros de la misma familia), así que Gea y Urano se acostaron juntos y de la unión entre la Tierra y el Cielo nació una prole tan antigua como poderosa, dioses y diosas de una fuerza tan extraordinaria que no tardarían en ser suplantados por otros más asequibles para los mortales. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos pasito a pasito que esto empieza a complicarse.
Sus primeros hijos constituyeron una generación de 12 dioses llamados genéricamente titanes. El primero en nacer fue Océano, señor de las aguas del mar, al que siguieron Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, personificación de la justicia cósmica, Mnemosina, la memoria, futura madre de las 9 Musas, Febe, Tetis, diosa de la fecundidad, que vivía en el último extremo de Occidente, allí donde se pone el Sol, y, por fin, el más pequeño y terrible de los hermanos, Cronos, el de mente retorcida, que algunos autores relacionan con el Tiempo (aunque esto no está del todo claro).
A los titanes, les siguieron los soberbios e irascibles cíclopes, unos seres gigantescos de un solo ojo y una fuerza inmensa. Eran tres hermanos: Brontes, Estéropes y Arges, el más violento de todos. No debemos confundir estos cíclopes nacidos de Gea y Urano con los que se encontró el infatigable Odiseo (Ulises) mucho tiempo después mientras intentaba regresar a su casa en la isla de Ítaca.
A continuación Gea alumbró otros tres hijos enormes, los gigantes hecatónquiros: Coto, Briareo y Giges. Cada uno poseía cien brazos y cincuenta cabezas, lo que les confería una fuerza monstruosa, casi imparable.
Urano no era un buen padre sino un déspota y cruel progenitor, cuya tiranía le iba a costar perder el reino de los dioses y una parte fundamental de su anatomía. Por malevolencia, cada vez que Gea iba a alumbrar un nuevo hijo, Urano lo retenía en su interior, por lo que la pobre madre estaba ya a punto de reventar ante la cantidad de criaturas a punto de nacer que guardaba en su vientre.
Sin embargo, no en vano Gea era una fuerza principal del Cosmos y urdió un plan para desembarazarse del pesado de Urano. Con brillante acero forjó una hoz de afilados dientes y se la entregó al más valiente de sus hijos: Cronos. Ignorando lo que le aguardaba, llegó Urano conduciendo la noche y se echó a descansar cuan largo era. Aprovechando el descuido, su hijo salió de un escondite y de un solo tajo le cercenó los testículos y los arrojó tan lejos como le permitieron las fuerzas. Privado de su virilidad, a Urano no le quedó más remedio que delegar su mando en Cronos, no sin antes insultar a tan rebeldes hijos llamándoles «los que por su intento recibirán su justo castigo», una especie de juego de palabras del que proviene el nombre de titanes (titaínontās, «en su intento»; «tísin, castigo»).
El Nacimiento de Venus (nombre romano de Afrodita) Sandro Botticelli, 1445-1510. (c. 1482) Galería degli Uffizi. Florencia, Itali |
De las gotas de sangre que dejaron a su paso los rebanados genitales nacieron las Erinias, los poderosísimos Gigantes y las ninfas Melias que viven en los bosques de fresnos. Con el tiempo, los mitógrafos fijaron en tres el número de Erinias: Alecto («implacable»), Mégara («celosa») y Tisífona («vengadora del asesinato»). Los romanos las llamaban Furias, y ni siquiera los dioses podían controlarlas. Eran aladas y vivían en lo más profundo del Tártaro, desde donde salían de cuando en cuando para atormentar a los mortales que hubieran cometido un crimen imperdonable. Además, cuando cayeron al mar, los testículos de Urano provocaron una espuma de la que surgió la más hermosa y seductora de las diosas: Afrodita, diosa del amor, del placer, de la dulzura y de los engaños.
Cuenta Hesíodo que antes de llegar a la morada de los dioses, Afrodita viajó por el mar y pasó por las islas de Citerea y Chipre, de donde provienen dos de sus habituales epónimos, Afrodita citerea y Afrodita ciprogénea. En su viaje estuvo acompañada por Eros y el bello Hímero, personificación del deseo amoroso.
Continuará... |
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